EDGARDO

El reencuentro

Al verla, el cuerpo entero es un temblor sagrado,

sacudida de vida que el espíritu levanta.

Mi corazón arremete, un tambor desbocado,

y la emoción me quiebra la voz que tanto canta.

La miro, la contemplo, y al cielo yo agradezco

el don insondable de su pura existencia;

por ponerla en mi senda, por este arabesco

de luz que la hace parte de mi humilde consciencia.

Vuelve a mi rostro el tinte delicado de la rosa,

el rubor de la dicha que la pena había borrado;

a mis labios regresan, dulce y melodiosa,

las canciones de amor que el tiempo había callado.

Mi corazón susurra, con rumor pasional,

la entrega que solo su presencia me regala.

Quiero atesorar este instante, inmortal,

y grabarte con oro en la mente y el alma.

Aquí estoy, mi amor, y la ofrenda es completa:

Entero te ofrezco mi corazón que es tuyo,

y la vida que me queda, sin miedo ni careta,

para amarte, mimarte, ser tu más dulce arrullo.

Para cuidarte el sueño, para ser tu despertar,

saber que a tu lado todo tiene sentido.

Te amo más que ayer, pero menos que mañana,

con un amor que crece, eterno e infinito.