Hoy me reí otra vez.
Y eso no lo tengo tan claro,
no se si está bien o está mal.
Siempre he sido muy puntilloso,
las cucharas deben ir con las cucharas,
cuchillos con cuchillos, tenedores con
tenedores. Todos apuntando al sur.
Las camisas también, colgadas
mirando al sur.
Y de pronto me llega esa risa que
descompagina todo. Y mucho me temo
que me revuelva todo. Y todo se
mezcle y los cubiertos apunten
al norte, al oeste y -ni pensarlo-,
al este y las camisas ni siquiera
miren. El este es todo mar, el
oeste todo roca, el norte está
muy lejos. El sur, acá, tiene frio,
mucho frio. Pero la gente es simpática,
siempre anda sonriendo. Camina y sonríe,
se sienta y sonríe. Aunque, a lo mejor
-y esto se me acaba de ocurrir-, habrán
sonreído a la intemperie y se les
congelaron las facciones de la cara.
Aja... ¿y por qué no hay gente llorosa
por las calles? Simple, porque los su-
reños (supongo), ocultan sus lloros bajo
las sábanas y no sueltan lágrimas
al aire libre para que no sufran los
efectos de las heladas. Ajá... ¿y los
de rostro enjuto, ceño fruncido,
cara de trasero, etc.?
A esos no les prestemos atención, no se
la merecen, con frio o con calor se
verán siempre igual.
Acabo de reír otra vez y eso ya es grave.
Tengan ustedes un hermoso 23.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.