¿Por qué estás sangrando?
La voz de mi madre me encontró, y al fin respondí.
Bajé la cabeza y le narré el viaje
por un bello jardín de esencias sin igual.
En aquel sendero, entre todas, la descubrí:
una rosa solitaria, apagada y brillante a la vez.
Tan única y profunda, su gracia yo admiré.
Quise tomarla y me acerqué, sin reflexionar.
Y así sangré.
Sus espinas se tiñeron de un bello carmesí;
y yo, sin quejarme, al instante lo entendí.
No es error suyo. No es vicio, es su escudo.
Esto es lo que merezco: no debí querer tomarla sin más,
pues su esplendor no es algo que yo pueda reclamar.
Solo ahora sé que por esa mujer yo volvería...
Dispuesto a sangrar, si con ello aprendo a amar de verdad.