Tierna mañana
en que la luz
golpeó mis pupilas.
Sin entender,
atisbé en tu rostro
lo que sería,
para ti, mi llegada.
Con las horas,
mis logros coloridos,
escoltados por tu orgullo,
daban razón, sin disimulo,
a la frase celosa susurrada:
“Es la niña de tus ojos.”
Y aunque en la tarde irrumpieran,
sin invitación, las tormentas,
tras cada una aparecían, emergentes,
mis torpes piruetas,
renovando en ti
la misma gracia.
En esta noche
que me regalan los años,
aunque mis manos,
como mis ojos,
ya no logren dibujarte,
reafirmo:
Soy la alegría
aprendida de tus ojos.
Silvana Ibáñez
20/09/25