Caminamos tomados de la mano…
Calles antiguas, ciudades blancas,
y el resonar de campanas entre muros
que reflejaban la luz de prodigios cotidianos.
Piedras que rezaban altivas,
tras murmullos de mercados que arropaban
los recuerdos sagrados donde todo comenzó.
Secretos guardados en el aire,
como rumores distantes y tristezas sin nombre,
ante las almas tensas y las oraciones suspendidas,
cual voz baja de siglos de lucha
y una paz insospechada.
Historia de miradas que no se cruzan,
y nombres divididos por tierra ensangrentada,
mezclada de sentimientos sagrados e indolentes.
Muros altivos ante lo humano y lo efímero.
Y...
Transitamos plenos de emoción
el milenario país de los milagros.
La Jerusalén eterna y florecida,
Nazaret, Belén, Jericó y Tiberíades,
el mar Muerto y el mar de Galilea.
Y bendecidos recibimos las aguas del Jordán.
Pero las heridas de siglos prevalecen,
nunca cierran.
Los campos se tiñen de ocre nuevamente;
los cuerpos, calcinados, mutilados e inocentes.
El dolor nunca aprende, no se reconoce:
es un espejo reflejo del mundo
que hoy les mira como símbolo destruido de lo amado.
Solo escombros, llantos y cenizas,
abrazos imposibles que nacen de las armas
que destruyen y aniquilan.
Hermanos que se matan, se maldicen, se desprecian.
Hoy cavilo y me pregunto en la distancia:
¿De qué hablarán las miradas de pueblos compartidos?
¿Qué contarán las calles que un día recorrimos?
¿Cuándo acabará el dolor que desangra a sus hijos?
Y ¿qué es la paz?, yo me pregunto
frente al primer gesto mancillado,
o ante la sangre que brota por los poros
y después un llanto convertido en muerte.
Siempre habrá una voz que grite ¡Basta!
Y se levante.
Mientras, un solitario niño ha de jugar entre cenizas,
porque el sol saldrá nuevamente entre las ruinas.
Así ha sido, así es y así será.
...Hay un sueño recurrente entre nosotros,
aquellos que tomados de la mano
caminamos esa tierra prometida.
Regresaremos, todos juntos algún día,
a sentir en sus calles el deseo y la confianza,
y ver crecer la flor y la palabra,
con la certeza justa de que la vida ha de brotar,
callada y nuevamente,
aferrada a la pálida y trágica esperanza que no muere.
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Rafael Blanco López