En África mueren cientos de miles,
cristianos descuartizados, apilados,
ceremonialmente fueron condenados
bajo el odio del pacto del hijo del violento.
Comunistas por perversos elogiados,
y musulmanes convencidos ser divinos
el pacto que los sella huele a hierro crudo:
el que a hierro mata, a hierro muere.
Periodistas falsos les otorgan poder,
frente al mundo, señalan con dedo esquelético,
mano de la parca que toma aliento,
dentro de sus bocas apolilladas.
Ocultan la sangre con su silencio.
Quieren probar el jugo de la carne inocente,
arden los trozos en las brasas del infierno,
cuyas llamas se desatan contra la geopoética,
caníbales que manchan sus machetes y sus balas,
justificadas en el agua bendita de economía y política,
el comunismo así lo determina,
Mahoma así engorda:
la sed de sangre debe ser saciada,
“¡Alimenten mi fuego, mis fieles siervos!”
exclama la crueldad;
y luego culpen a Dios de sus grotescos actos.
Los nacidos de la fe en Cristo,
bautizados, eligiéndolo entre los santos,
no por rituales vacíos que no recuerden,
pónganse de pie defendiendo la vida.
No tenemos excusa para odiar,
más si para defender la verdad y la justicia.
Hoy nos matan, nuestros cuerpos agonizan,
pero morimos por la vida, no por la muerte.
Cual mártires de la fe,
el cielo se ha abierto:
Bienvenidos los que vencieron.