Miguel Aiuqrux

LA TOMA DE LA LUZ

La busco entre sombras,
donde la piel tiene voz
y la conciencia respira fuego.

Ella no es solo mujer:
es un territorio que se defiende con miradas,
un templo que se abre
solo ante la fe del deseo.

Cuando la toco,
mi espíritu arde;
cuando me mira,
mi cuerpo recuerda que también es divino.

Entre nosotros no hay promesas,
hay tormentas:
vientos que se cruzan entre carne y alma,
latidos que no saben
si aman o si rezan.

Soy el conquistador que no saquea,
sino que se entrega.
Mi espada no corta:
despierta.

Oh llama vestida de perfume,
¿por qué tus labios saben a profecía?
¿por qué tu silencio pesa
más que la eternidad?

Tu piel es un mapa que no termina,
un evangelio escrito
con sudor y vértigo.
En ti, el cuerpo es un idioma del alma,
y la culpa,
solo una sombra que aprendió a danzar.

Te deseo —
no como al placer que se apaga,
sino como al amanecer que aún sangra.
Quiero perderme en ti
hasta olvidar qué parte soy yo,
y cuál era el límite
entre tu abismo y mi fe.

Porque al final,
amarte es conquistarme.
Y si caigo,
que sea sobre tu aliento:
mi cruz,
mi templo,
mi victoria.