Nkonek Almanorri

SOBRE UNOS ACONTECIMIENTOS REALES.

 

Es el pensamiento, antes que el conocimiento,

El que se introduce en nuestra mente y

Sostiene nuestra actitud; pero 

¿De dónde nos llega el

Pensamiento?

 

 

El día en que llegué para vivir en aquel pueblo perdido en la nada, porque nada había salvo una inmensa llanura que la misma mirada no alcanzaba a ver el horizonte, un nuevo séquitos de personas dirigieron todas sus miradas a mi persona allí sentado en un banco y bajo la sombra del único árbol de la plaza: otro lugar del cual también, llegado el momento, saldría corriendo dejándolo atrás como se deja a un lugar que nunca se quiso haber querido llegar, pensé entonces; ya me lo dijo mi esposa la última vez que estuve con ella en Argel, Directora del Instituto de la Lengua Castellana de Argel: \"nunca has estado a gusto en ninguna de las ciudades en las que has vivido en tu vida\", y es verdad: Argel es una ciudad de la que siempre sentí no miedo, sino desconfianza. La tarde que el escritor fundador de la idea de La Primavera Árabe, Kateb Yascine, con el que me unió una amistad de tan sólo unos meses antes de morir, en 1989, me llevó a la zona de Argel donde Miguel de Cervantes estuvo cautivo (no preso como dicen los eruditos españoles) descubrí también como y el de por qué siento rechazo y hasta cierto desprecio por las personas que no siendo lo que creen o dicen ser no los son, los que mientes, son denunciados y siguen mintiendo.

 

Por las miradas de aquellas personas ya supe desde el primer momento que me iba a ser difícil establecerme allí, en aquel pueblo sin montañas donde quizás las ideas podrían haber rebotado alguna vez y volver a su origen, esconder mis pensamientos, mis convicciones e incluso mis aseveraciones más radicales, algo por otra parte comprensible en aquella gente por cuanto sus ideas ya habían sido introducidas mediante el miedo en sus cerebros; allí en medio de un silencio siempre impermeable fui yo el primero en darme cuenta en el gran valor del tiempo que allí reinaba.

 

Durante un tiempo todo fue cuestión de meros saludos y poco más cada vez que me cruzaba con aquella tropa de vencidos a la vez que retenidos y hasta casi encarcelados por sus propias ideas, unas aceptadas y otras impuestas pero ya todas, y al fin, suyas como síntoma de resignación. Fue aquella mañana fría del último invierno cuando decidí acudir a la biblioteca del pueblo, un pequeñito local minúsculo donde los libros se apiñaban apretujados unos sobre otros en estanterías que apunto estaban de ceder y tirarlos a todo por el suelo donde muchos de ellos ya yacían allí, seguro, desde hacían años, quizás porque era un lugar en el que los inviernos no pasaban frio por una estufa de leña que los calentaba. La bibliotecaria, una mujer joven de unos cuarenta años me mostró varios libros de distintos autores a la vez que me preguntaba qué lectura era la mía, yo, al no ser de la zona, ni tan siquiera de la provincia, sentí un poco de desconfianza si le diría la verdad: que yo era lector de todo, o casi todo, siempre y cuando pudiera sumar conocimientos. Fue entonces cuando recogiendo uno de los libros que estaba a sus pies me dijo ¡¡este le va gustar, de poesía!!, y me mostró la tapa frontal donde habían varios poetas siendo uno de ellos Manuel Machado; me quedé inmóvil y mirando a la bibliotecaria le pregunté: ¿Sabe usted quién fue Manuel Machado? Respondiéndome de inmediato y con total soltura que sí, que era uno de los poetas ilustres de la poesía española, le pregunté si no lo estaba confundiendo con Antonio Machado y su cara cambió de repente confirmándome acertadamente que no sabía quién fue de verdad Manuel Machado: el hermano fascista del gran poeta Antonio Machado que se vio obligado a salir huyendo de España por una frontera hoy a un km de mi casa hacia Francia, a pie y corriendo con su madre enferma la cual murió un tiempo después mientras Manuel Machado gozaba de los privilegios de una dictadura hasta convertirlo en el asesino de su propia madre y su hermano. Aquella bibliotecaria al escuchar mi relato recogió de nuevo el libro, lo dejó en el suelo y me recordó que tenía que cerrar ya la “biblioteca”. Las nuevas ideas de los hechos cuando son desconocidos son difíciles de aceptar y es lo que al final embrutecen a las personas, no importa que te creas o te hagan creer que eres poeta, o poetisa: no lo eres.

Cuando, al fin, me despedí de aquel pueblo donde mi propia mujer me había recordado de que yo nunca sería feliz en ningún sitio por causa de mis ideas, me acordé, mirando a los ojos de los que allí se quedaban y que nunca me llegaron a ofrecer su amistad que… “ Un asesino puede ser un gran poeta y una gran poetisa, pero jamás un poeta ni una poetisa llegarían nunca a ser un asesino”.

Que nadie se de por aludido/a salvo la persona que tiene motivo para ellos.