Hay días en que el alma pesa
como un saco de piedras mojadas,
y el cuerpo camina
sin saber a dónde ni por qué.
La tristeza no grita,
susurra en los rincones,
se esconde detrás de una sonrisa
que apenas sostiene el rostro.
El mundo sigue girando
mientras adentro el tiempo se detiene,
y los pensamientos oscuros
se enredan como hiedra en el pecho.
Dormir es refugio,
despertar es batalla,
y cada paso parece
subir una montaña invisible.
Pero incluso en la penumbra
late una chispa pequeña,
un soplo que, sin saber cómo,
resiste la tormenta.
Porque aunque el silencio duela
y el corazón se nuble,
hay un rincón del alma
que aún recuerda la luz.