Te colgué en un rincón del alma,
donde guardo lo que pudo ser
y jamás fue.
Allí, donde el corazón aprendió a callar,
vives tú, memoria silenciosa,
entre páginas que comencé a escribir
con un amor que desbordó todo lo que soy.
No pudo ser lo nuestro,
aunque te amé con la fuerza de lo eterno;
hay amores destinados
a quedarse en lo inacabado.
Eres la prueba
de que lo que se ama de verdad
también sabe habitar la ausencia.
No te olvido,
aunque estés lejos;
aprendí que amar
no siempre es retener,
sino dejarte volar
hacia un cielo que no es el mío.
Y así, aunque nuestros destinos
no terminen entrelazados,
sigues vivo en mí,
como la más bella metáfora de lo inconcluso:
mi realidad más honda,
mi amor intacto,
mi imposible para siempre.