Luis Barreda Morán

Narcisista

Narcisista 

Su juvenil rostro en la límpida superficie del estanque quieto
descubre con voraz goce el joven de mitológica belleza
y allí postrado en el frío margen con fija y tenaz obstinación
desatiende la vida por contemplar su propia imagen sobre las aguas
en un reflejo último de puro amor narcisista sin esperanza.

Aquella antigua fábula nos transmite su sombra en el espejo actual
de quien construye con frágiles palabras su propia grandiosidad
exigiendo pleitesía constante de cuantos habitan su gris alrededor
mientras su alma incapaz de sentir el latir ajeno se encierra
en la cárcel dorada de su universo personal tan solitario.

Su mente teje con hilos de fantasía dorados mantos de triunfo
y anhela con febril deseo el poder que nunca conseguirá
pues su esfuerzo es nulo ante la quimera de su propio engaño
creyéndose destinado a la gloria por derecho de nacimiento
sin darse cuenta del vacío que crece en su interior sin fondo.

Solo los ecos de halagos nutren su ánimo necesitado y falto
mendigando en cada mirada la confirmación de su valía
pues su castillo se eleva sobre cimientos de barro y aire
y cualquier viento de verdad podría derrumbar su obra
hecha de palabras huecas y de vanas pretensiones sin valor.

Nunca percibe el dolor ajeno tras su mirada ciega y estéril
ni escucha el sollozo que su actitud provoca en la penumbra
avanzando sobre almas como puente para su exclusivo provecho
dejando a su paso un rastro de ilusiones rotas y promesas
sin comprender la soledad final que él mismo está forjando.

Considera a los demás meros instrumentos para sus fines
utilizando la astucia y el encanto superficial como herramientas
para extraer el beneficio que su apetito constante le reclama
y cuando el objeto ya no sirve a su propósito lo abandona
sin un recuerdo ni un pesar en su corazón endurecido.

Su andar por el mundo es un teatro de máscaras brillantes
donde representa el papel del ser excelso que cree encarnar
y tras la cortina de seda no hay más que silencio y oscuridad
un abismo donde no resuena ninguna voz que no sea la suya
en monólogos eternos que ninguna alma compañera escucha.

La envidia corroe sus entrañas cuando observa un éxito ajeno
pensando que cada logro debería pertenecerle por destino
y a la vez imagina que todos anhelan lo que él posee o aparenta
en un juego de reflejos distorsionados y proyecciones vanas
que nublan por completo cualquier atisbo de genuino goce.

Ninguna relación verdadera puede echar raíces en su tierra
pues el suelo de su espíritu es árido y solo crece el yo
incapaz de fundirse en un nosotros auténtico y perdurable
condenado a vagar entre espejos que le devuelven su imagen
en una galería infinita donde el eco repite su mismo nombre.

Al final del camino solo quedará el rumor de su propia voz
las cenizas de los elogios que tanto ansió en su vida
y el frío de una ausencia que nunca logró llenar con nada
pues quien solo se ama a sí mismo en un espejo solitario
termina ahogándose en la quieta superficie de su estanque.

--Luis Barreda/LAB