Fuimos el roce de un casi en los labios,
la pausa sagrada entre un “sí” y un “no”,
la duda que danza sin dar el paso,
la sombra extendida de lo que no.
Te vi en mis sueños antes de verte,
como un presentimiento que se olvidó,
como quien presiente que va a perderte
antes siquiera de que algo empezó.
Tuvimos los días, pero no el tiempo,
tuvimos las ganas, no la ocasión,
nos cruzamos justo en ese momento
en que el alma tiembla, pero dice: “no”.
Tus palabras fueron puentes de humo,
yo lancé versos sin dirección,
y aunque a veces el silencio es un rumbo,
el nuestro fue puro malentendimiento.
Quizá si el mundo hubiera sido otro,
quizá si el miedo no hubiese hablado,
quizá si el reloj nos daba un poco,
habríamos sido lo que no alcanzamos.
Teníamos todos los ingredientes:
miradas largas, sonrisas breves,
cómplices gestos, manos pacientes…
pero el amor también requiere que te atreves.
Y no nos atrevimos.
Nos quedamos quietos.
Tan llenos de ansias,
tan llenos de pretextos.
Yo me fui guardando todo lo incierto,
tú seguiste andando como si nada,
y entre los dos quedó este desierto
donde la flor del “hubiera” no se acaba.
Ahora a veces me encuentro tus rastros
en canciones, calles, o en mi café.
Y aunque no dolimos, tampoco pasamos:
fuimos el eco de lo que no fue.
Y no está mal.
A veces es eso la vida:
un suspiro largo que no respira,
una historia escrita sin tinta viva,
un amor ausente que no lastima…
pero tampoco olvida.