Todo lo que pueda vivir contigo ya ha existido. En otra realidad, donde todo es posible, multiplicándose y redireccionándose constantemente. Escucho en mis pensamientos el tejido de nuestro destino; aquel deseo resplandece en lo más claridoso de la imaginación. Te quiero a mi lado, en la dimensión de la realidad, donde podamos coexistir sin sentir temor, abrazando la verdad cosida en nuestros corazones, donde pertenezcamos al mismo reino de la entrega y el amor continuo.
El miedo atraviesa como una daga, se enreda en los pies como una pesada cadena, nos dirige al lado equivocado del camino. Conozco mi destino, el mismo que el de todos los mortales de la tierra: la muerte. Insuperable, inquebrantable destino manifiesto del cual solo en sagradas escrituras se extiende el mito de aquel que logró vencerla. Me he acercado al Señor suplicándole que me deje querer, que me deje amar con total intensidad y entregarme en nombre de mi ilusión, a mi último deseo, a mi último esfuerzo por aprender a vivir. Superé, pero el costo fue dejar de sentir y no quiero una vida llena de vacíos emocionales, donde no pueda sentir el amor.
Presagios de esperanzas fallidas, de entregas en el yugo de la nada se quieren adherir a mi cotidianidad y sin embargo, yo resisto porque te llevo a ti como un estandarte al frente de mi vida, de mi última ilusión y cariño perpetuo. El campo de batalla es la vida misma, es el lugar donde los dioses ya no se aventuran.
Mírame con tus ojos de grandeza y prométeme que nos protegeremos en el tiempo y descubriremos qué hay más allá de la intensidad al amar; hasta desgastar los sentimientos más profundamente humanos que nos componen y decir, al final de los tiempos, que no superamos la muerte, pero sí el tiempo y la vida. Que nada nos sobrepasó y sentimos, cada minuto de amor, el placer, aquel que nos hizo vibrar, estremecer y quebrarnos en nombre de nuestro amor.
El amor existe solo cuando comienzas a amar de esa manera.
Me resisto, me resisto a la cotidianidad, a lo superficial, porque yo no nací para eso; yo quiero enlazar mi destino lo más cercano a la grandeza, porque no quiero morirme sin haberlo sentido todo, vivirlo todo, llorarlo todo, apostarlo todo a impregnar de alguna forma mi vivir en el núcleo de la humanidad. Haciendo algo grande, quiero sentir que mi vida sirvió, quiero levantar alguna grandeza que repercuta en el paso de los siglos y que en esa grandeza no esté presente tu ausencia.
Quiero tu corazón, tu ser, tu último aliento, la última oportunidad que te des al amor; quiero ser el amor encarnado en tu vida. Quiero una obsesión constante por descubrirnos, por sentirnos uno tan cerca del otro y disociarnos en nuestra propia realidad. El amor no lo es todo en la vida, pero una vida sin amor no vale nada. Alcanzar la plenitud, la conexión de nuestras vidas en todas las formas conocidas y por conocer. No ser un amor común, sino perpetuo y atrevido, siempre a la exploración de cada fibra de sensación humana que en esta vida podamos encontrar. Quererte y amarte por el resto de mis días, incluso cuando no te quiera ni te ame. Y entenderlo todo en nuestros propios conceptos, abstraer cada palabra en un significado continuo que se extiende como el núcleo de una estrella hasta liberarse en la comprensión: construir un lenguaje ajeno a todos los demás, cargado de conexiones, intimidad y sentidos concebidos como polimorfismo, extendiéndose en una vida arraigada al sentimiento.