Hoy llegué a casa y mis dedos desesperados,
prepotentes y heterogéneos,
ni ojearon el reloj de sala.
Si embriagaron y vulneraron, sin embargo,
la hoja, que plagada de tinta se enmudecía.
Y así como si nada
moriste.
Vía crucis.
Vos me acechabas con esa pelambrera tuya,
blanca como el sol compañera de un junquillo
y blanca como el silencio.
Que peligroso el silencio
¿No?
Fuimos compañeros
hermanos fuimos
y ahora, culpa de su suntuosidad,
el silencio es mi aclaratorio
mi conservatorio.
Vía crucis.
Desde la mecedora
me viste llegar a casa y me observaste.
A mis manos, lívidas y sin gracia; mis dedos, judicantes sin temor.
A mi,
pero yo no a vos.
Vía crucis.