Roma.

Alejandra y un corazón abierto

En la penumbra de mis pensamientos camino descalza sobre memorias, buscando en los rincones del tiempo
la respuesta que nunca llega.

Aprendí que el miedo es un espejo, que la angustia es un río que me moldea, y que la nostalgia no es sombra, sino un hilo que me guía a casa: a mi propia casa, donde soy completa, inquieta, vulnerable y firme.

No temo sentirme rota,
porque cada grieta guarda luz; cada suspiro contenido
es un pacto conmigo misma, una prueba de que puedo amar sin perder mi centro, sin pedir permiso
para existir en mi intensidad.

El amor que anhelo no es simple ni fácil,
pero me enseñó a mirar hacia adentro, a escuchar los silencios, a comprender que la fuerza no se mide en control sino en capacidad de abrir el pecho y permanecer cuando todo parece incierto.

Y así me hablo en secreto: mi vulnerabilidad no es debilidad, es brújula, es fuego, es verdad.
Y mientras espero, mientras siento, aprendo que la vida y el corazón no se apresuran, solo se reconocen.