jesus alberto porras

Ciclo de amor

 

Este amor fluye como ríos ancestrales

que besan el Edén, donde cada curva del agua

es un juramento tallado en la piel del mundo;

cada renuevo, un beso eterno.

 

Pero cada verano trae su sol voraz,

brasas en el pecho que fatigan el alma,

y aun así, forjan frutos pesados,

raíces que se hunden en la tierra reseca.

El amor madura en su fuego,

como un viñedo bajo el sol,

fecundo y cansado, pero vivo.

 

Llegó el otoño con sus hojas de cobre,

cambiando de color como lo que sentías.

Me miré en el espejo:

mi cuerpo ya no es tocado

por esas manos que me llevaban al cielo.

Estas arrugas, patas de gallo,

son surcos de un vino antiguo,

donde el amor no muere, sino que destila

memorias profundas del tiempo.

 

Pasó el invierno,

con su frío que hace crujir los dientes,

con su manto de nieve sobre el fuego.

¿Dónde estás? Todo se volvió hielo.

Tu ausencia pesa como un río congelado,

pero bajo el hielo, aún corre la corriente,

esperando romper el yugo del silencio.

 

Y luego la primavera gastada regresa,

brotan jazmines en los rincones del alma.

Este amor no acaba: crece despacio,

como un árbol que ha visto tormentas

y aún extiende sus ramas al cielo.

 

Porque el río vuelve,

vuelve siempre a besar la tierra;

y el Edén, aunque perdido, respira en nosotros,

en este amor que no muere,

sino que renace con cada estación.