Prenatal
“El primer destierro es el nacimiento.” — Cioran
Casi siempre tiembla la tierra
cuando nacemos,
como si el mundo dudara
de abrir la puerta.
Yo no pedí salir.
Mi reino era un cuarto tibio,
sin relojes ni espejos,
con paredes que respiraban mi compás.
Allí fui dios
de una constelación líquida,
rey de los pulsos sin memoria.
El cordón: mi línea directa con el misterio,
mi serpiente dorada,
mi wifi primitivo hacia lo eterno.
Pero el cuerpo —ese juez sin rostro—
decidió expulsarme,
quizá porque el amor
también arroja cuando rebalsa.
Y la luz —esa intrusa impúdica—
me arrancó los párpados
a la fuerza.
Me recibieron manos cubiertas,
una sala de ecos y de tubos,
una campanilla de llanto
que me forzaron a tocar.
No sé si lloré de frío,
de miedo,
o de nostalgia;
solo sé que el exilio
comienza con un aliento
y una grieta
donde se cuela el tiempo.
Extraño mi habitación visceral,
su música anfibia,
sus muros de carne
que me mecían sin juicio.
Allí no existía el verbo “perder”,
ni el filo del amor
ni su calendario.
Allí todo era posible,
y yo era ya universo
antes de aprender palabras.
A veces cierro los ojos
y el vientre me devuelve un vestigio,
pero ya no quepo.
He crecido hacia la intemperie,
me he hecho piel
de la misma luz que antes me hería.
Si alguna vez regreso,
no será como hijo,
sino como huésped
de un paraíso clausurado.
El cordón está cortado.
La puerta, sellada por dentro.
Y sin embargo, sigo aquí:
habitante de un cuerpo prestado,
aprendiz de la caída,
respirando en un mundo
que me quedó grande,
en este único exilio
sin regreso:
Estar vivo.
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Mejor tu partida
Si te quedas o te vas,
esa elección no es ajena;
pero no escupas mi pena
ni me enredes nunca más.
Tu lengua no tiene paz,
va de esquina en esquina herida,
y aunque tu rabia perdida
se disfraza de ternura,
prefiero ausencia madura
que tu palabra encendida.
Si no soy tu media fruta,
no me dejes en el suelo,
ni hagas del chisme un consuelo
ni de mi nombre una disputa.
Tu partida es más astuta,
más limpia, más bien nacida,
porque el amor, si se olvida,
no merece voz ni coro…
que se calle el falso oro,
y se quede tu partida.
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