La silueta estalla en ángulos de sal,
su rostro un prisma roto frente a la brisa,
una arista es la sombra, otra, línea nasal,
y la luz la desarma sin ninguna prisa.
Aquel cutis de mármol ya descifrado,
sostiene una esfera de azul irreal,
con su mirada navega, faro extraviado,
hacia un mar que es solo fondo diagonal.
Tomo el asfalto tibio de mi taza,
la silla me enclava en este plano fijo,
donde ola cercana con rumor amenaza,
en sueño de espuma que nadie predijo.
El sol me dibuja una flecha de ocres,
mientras mi paciencia devora el reloj,
el deseo se vuelve cien puntos de toques,
en la red del ojo que nunca te vio.
De pronto se yergue, figura de ébano,
se acerca cortando el ambiente,
el gesto de sándalo, un plano liviano,
se posa en la mesa que está adyacente.
El cuerpo se junta con líneas oblicuas,
su sombra se vuelve una nueva pared,
esa mano es un pájaro con alas inicuas,
que bebe la ausencia de mi sed.
Me mira y creo que el enigma se quiebra,
una sonrisa de arco tenso y fugaz,
un halo a jazmín, en el aire se enhebra,
mientras mi alma grita: \"¿será solaz?\"
La intriga me anuda las venas y el pulso,
me impide ver claro, me ciega de intrusión,
pues, el perfume era solo mi impulso,
la mesa está libre de toda ilusión.
El bar está mudo, sin ella, sin contorno,
la silla vacía, fantasma de su ego,
el éxtasis vuelve a su propio retorno,
al deseo absurdo que en mí se reunió.
Solo queda el eco, la forma que quise,
la mujer fragmentada que el mar me prestó,
una imagen que creí amar y no tuve, ¡oh, hélice!
es la verdad bella que mi alma inventó.