Ya casi se siente la brisa suave de noviembre, y espero tu llegada nuevamente, madrina mía,
con tu vestido blanco y tu sonrisa llena de alegría, como antes, cuando vivías.
Desde el cielo cuidas las heridas de mi alma. Dolores, tu nombre no dolía:
era cálido, era alegría.
Aún escucho tu voz diciéndome:
“Sé valiente, hijita”. Y aunque mi uniforme blanco aún espera su día, sé que me ves, orgullosa, desde un rincón al lado del sol.
No estás ausente, madrina querida, solo cambiaste de casa: de mi vida al cielo pasaste, y desde ahí me guías.
Porque una enfermera nunca muere, solo sana… desde otra orilla.