jesus alberto porras

Ecos de amor perdido

 

 

En la mañana se escuchaba

su eco como un susurro ahogado;

ella soñaba que él la rozara,

en la penumbra, un bálsamo de sombras

lamía su piel como olas olvidadas.

 

Él, perdido en su fatiga fría,

ya no la amaba, solo discutía con sombras.

No la soportaba en el pulso del día,

miraba parisinas que lo atrapaban

como sirenas en un mar de luces falsas,

donde el neón parpadeaba

como venas rotas.

 

Se quedaba llorando en el vacío,

sufriendo en su refugio

como un ave enjaulada.

No hallaba consuelo en la noche profunda,

solo sollozaba; ya no era el amante

que antaño la encendía con estrellas fugaces,

cayendo como frutos maduros en la oscuridad.

 

¿Dónde está el que antaño la amaba en secreto,

en rincones de tierra húmeda y deseo?

¿Qué pasó con ese amor que brillaba en neón,

como un faro en la tormenta de la ciudad?

Ella soñaba ilusiones como rosas en la lluvia,

pétalos deshaciéndose en un beso eterno,

que todo cambiara, que el mundo se detuviera.

 

Pero igual era el silencio: nada se movía.

El tiempo se hundía en un río de ecos fríos,

llevando sus caricias como hojas muertas.

 

¿Dónde quedó aquel amor que la envolvía

como un rayo de luna en nubes de deseo,

tejiendo redes de fuego en la piel?

Ella anhela sus toques, ecos de caricias ocultas,

manos que surcaban el cuerpo como ríos salvajes.

Pero solo reina el vacío,

un pulso que quema el alma,

dejándola expuesta al viento

que arrastra promesas rotas.