Haz Ámbar

La cortina al precipicio (1)

Qué desidia recordar el hogar que tuve un día.

Demasiado ya he llorado su fatalidad intrínseca.

 

De lo que tanto pretendí nada hay a la vista.

 

Dejo el mundo que se hunda junto con su terca angustia,

yo en mi caparazón muy dentro hasta que asusta.

 

Me animo a hacer mi vida retrato de este agravio,

y quizás sea una osadía siquiera el intentarlo.

 

Silencio siempre en torno incómodo y como obstáculo

de la ruta que ahora escojo por loco o por borracho.

 

Borrando estoy las huellas de mi paso por los charcos.

 

 

 

Sentado aquí a mi vera tengo el hado que me espera.

 

Que cada uno llegue a sus propias conclusiones.

 

Sediento del placer sequé los manantiales;

mis ansias desfloraron en otras casi iguales,

y vi la infinidad del cielo reafirmándose

en mitad del desamparo a que habitúo,

que es legado de la fiebre y del trastorno

yo que sufro inmensamente sin siquiera algún descanso.

 

Acaso si regreso desde el núcleo

concédeme un deseo aunque sea el último,

con total desinterés que afronto otro capítulo

similar al de después de dar la vuelta al círculo

primero en mi nivel de vicio,

que no quiero hasta morir pero a veces necesito

del compromiso a que me obliga.

 

 

 

Inseguro del tránsito me destruyo de ígneo

ya sin más sacrificio que el que cupo en designio

tan delicado desde mis dedos: lo inconfesable

cada noche que vuelvo al hábito

porque aún algo complace de mí esa parte

que mantengo al margen

de a cuanto puedan otros pensar que se deba.

 

Me abandono yo al espacio amplio entre nosotros 

mientras más nos dislocamos prontos a estos rumbos

con promesa de algo exótico,

ahora mustio yo que estoy víctima de todos mis antojos,

que es tal la conmoción a la que me arrojo

como un prestigioso rito metido hondo en razón 

tan cenagosa, todavía en desacuerdo con conceptos que se abusan.

 

Me sé el camino hacia mi ruina,

que siempre va unida a lenguas desbocadas 

ante un azar de imágenes acaso si termina

la rutina incluida de forzarme 

a hacer que encajen tantas tardes sin medida constatable.

 

 

 

Perdida la vida en querer parecer me santiguo

sobre mi deuda presente a los pies,

recuerdos de épocas que vienen después...

 

Me pierdo la fe más según pronto amanece

en la red que me tiendo a placer 

sin siquiera un propósito, yo que me aíslo

tan distante de su etérea grandeza.

 

Las letras inconclusas permanecen tras del caos

en mi persona como un cálculo ancestral

apenas si comprendo un poco de esas fórmulas 

que dicta la intención que se le ponga

al acto en su comienzo.