El amor…
esa corriente invisible
que nace en el alma
y busca un cauce en otro ser.
Creemos que amar es recibir,
pero en su raíz más pura
amar es un acto de fe:
entregarse sin promesas,
desnudarse sin temor al vacío,
dejar que el alma respire fuera de uno mismo.
Dar…
sin medir el retorno,
es tocar la eternidad por un instante.
Porque solo quien se da completo
sabe lo que es la plenitud del ser.
Y sin embargo…
el dar sin límites también hiere,
porque el silencio del otro
puede volverse abismo.
Ahí comprendemos
que amar no es desaparecer en el otro,
sino dialogar con la herida,
nombrar lo que duele,
para no confundir amor con sacrificio.
Amar es espejarnos,
vernos en la mirada del otro
sin perder la nuestra.
Es aprender que el amor no se mendiga,
se comparte.
Que dar no es rendirse,
es florecer,
aun cuando el viento no devuelva el perfume.