Ojalá te llegara esta carta,
la que no escribo
pero llevo conmigo a todos lados,
esa que se me arruga en la frente
con cada desvelo,
con cada segundo desocupado
que se acomoda en tu ausencia.
A veces me pregunto
si sabés leer los espacios vacíos
de mis silencios,
si sospechás el contenido
de esta angustia
que me dobla las comisuras
y me conmueve tanto la mirada.
Yo no espero tu mundo completo,
ni que esté abierta tu recepción
a todas horas,
es más, la casualidad de un día,
mientras el café de la tarde se enfría
y la vida afuera transcurre,
levantaras la vista y, en vez de un
“¿qué te pasa? ¿Qué te preocupa?”
me dijeras al fin:
“A ver, mostrame ese amor
que tanto te pesa.”
Y yo, sin más preámbulos,
te pondría este pecho mío ansioso
en tus pequeñas manos,
desplegando el nosotros que imagino,
el amor que nos hace chiquito
este pueblo, y esa gente sin oficio,
(que solo nos mira y murmulla)
hasta que no quedaran palabras,
ni comas, ni puntos,
solo este hombre hecho un sobre vacío,
esperando resguardo,
el cálido destino que ofrecen tus brazos.
Atentamente…