Te hallé en la sombra, herida y sin abrigo,
tu voz me dio un refugio en la tormenta,
y el alma, que dolía, se contenta,
al sentir que de tu amor fui testigo.
No fue el destino -fue un azar amigo-
que unió mi soledad a tu presencia,
más breve fue tu amor que mi paciencia,
y eterno el eco triste que persigo.
Partiste, y todo el sol se desmorona,
la noche vuelve a ser mi compañía,
la pena crece, el alma se abandona.
No sé por qué te amé, ni qué quería,
solo sé que mi amor, cuando te nombra,
enciende en mi silencio la agonía.