Me incomodas como piedra en el zapato,
una espina clavada en la rutina.
Tu voz, un eco que despierta al borracho
dormido en la quietud de mi cantina.
Me haces molestar, sí, como la lluvia
que inunda el patio justo al tender la ropa.
Un nudo en la garganta, una burbuja
de rabia que en el pecho casi explota.
Pero entonces, algo me susurra al oído,
y me recuerda que en el caos hay danza.
Que el río se hace fuerte, crecido,
al luchar contra la dura barranca.
Y así, tu inquietud, como un espejo,
me obliga a verme, a cambiar la piel.
A disfrutar el trago más añejo,
a amar la vida, aunque sepa a hiel.
Querer cambiar, sí, esa es la tarea,
bailar al son que tocas, aunque duela.
Porque en tu sombra encuentro la presea
de un ser distinto, que en mí se cincela.