Mujer:
Tu ardiente boca,
apasionado beso,
fruición de sexo oral;
¡un dúplice deleite!
Tu boca —roja fresa
por su mitad divisa,
cortada por su centro—,
a punto predispuesta,
en su caliente hálito
exhala el aromoso
efluvio de la menta,
y su amatorio beso
conserva deleitosa
frescura excitativa,
con húmido sabor
a verde yerbabuena.
Enfrente de mis ojos
y solo para mí,
evocadora imagen,
tu boca llamativa
de labios encendidosENCENDIDOS
es símil y metáfora,
y entonces toma forma
de vulva complaciente:
En cálido preámbulo
de oralidad sexual,
humecta el duroMUELLE ápice
sensual de mi obelisco,
lo prueba con su lengua,
lo envuelve con sus labios,
lo roza con sus dientes...
y vuelve con su lengua,
y con deslizamiento
sutil y juguetón,
relame la hendidura
y el circundante borde
sensible de mi cárdena
y túmida bellota,
la cual interna luego
en su bocal recinto,
y con mayor entrega
succiona más profundo,
en muestra de su clara
devoración sin par,
y llega más adentro,
de modo que ese ápex,
mi cúspide viril,
se encuentra con la úvula.
Tus senos curvilíneos
—metáfora perfecta
del líquido alimento:
alible y dulce leche—,
en forma inevitable,
memoran el antaño:
mi tiempo de lactancia...
Magníficas ofrendas
al dios de mi deseo,
tu par de nudos pechos
de aréolas rosáceas,
y tonos de nogal,
coloración de nuez,
en los pezones regios,
de antojo palatino,
los cuales, por respuesta
al suave mordisqueo
y al roce de mi lengua
y a mi succión fogosa,
se yerguen como torres:
altivos minaretes,
elatos alminares
crecidos y salientes,
¡elevación erótica!
En beso pasional,
ardiente y prolongado,
tus miembros superiores,
un lazo vincular
que tiene por extremos
tus dos pequeñas manos,
las cuales, con sus dedos
por nudo corredizo,
se mueven, cariciosas,
detrás de mi cabeza,
tocando mi cerviz,
atándose a mi cuello.
Tus delicadas manos,
habilidad sensual,
caricia erotizante...
En búsqueda del clímax,
tus sabedores dedos,
primero como plumas
y luego como pinzas,
aprietan ambos puntos
de la región torácica,
en el lugar preciso
y de manera justa,
y llevan hasta el culmen,
sacando de mi entraña
la tórrida semilla
¡cual magma incandescente
en erupción volcánica!
Tus rozagantes piernas
motivan mi libido,
la cual, en escalada,
de aquesas pantorrillas
de lúcidos molledos
asciende a tus hinojos
y a tus sensibles corvas,
y luego, poco a poco,
remonta la pendiente
de tus lozanos muslos,
¡en busca de esas cumbres
etéreas y fogosas!:
tu complaciente sexo
y tu vital orgasmo,
dos fuerzas que en el coito
(en posición supina
tu cuerpo frente al mío)
convierten a tus piernas
en recias ataduras:
con el favor calcáneo,
aplican los talones,
¡se agarran a mis glúteos
y ciñen más el vínculo
en la culminación!
Tus primorosos muslos,
por la naturaleza
tallados en un torno,
presentan suavidad
cutánea como seda
e incitan la caricia
ansiosa de mi mano,
llevándola en ascenso,
a los marcados pliegues
de tus rotundas posas
y a los notorios márgenes
de aquesos dos senderos
o ríos inguinarios
cercanos al vergel,
terreno cuyos árboles
ofrecen esas frutas
de gusto apetitoso.
(Es tan gratificante
la interna sutileza
sedeña de tus muslos
—abiertos como alas
de bella mariposa—
durante mi vaivén
encima de tu cuerpo.
Tu pubes —mons veneris
con su jardín cuidado—,
ventral deslizadero;
el cálido declivio
que lleva justamente
al sitio más edénico.
Tu vulva enrojecida:
los labios interiores
y el clítoris rectráctil
de tonos encendidos
integran la incendaja
segura de mi fuego;
y tu rusiente y húmedo
vestíbulo vulvar,
umbral maravilloso,
entrada lienta y tórrida
al grande regocijo
que encierra en longo espacio
tu lúbrica vagina.
Plenarias, voluptuosas,
tus anchas formas glúteas
de Venus Calipigia
(la de las bellas nalgas);
excelso afrodisiaco,
estímulo venéreo;
convite al regodeo,
al goce más salaz
por ese paso angosto
de la postrera senda:
acceso al cielo séptimo
del optativo gusto,
delectación suprema;
su estrecha vía última
conduce al paraíso,
al huerto del edén
en esa tierra fértil:
jardín de las delicias,
lugar en que el placer
se vuelve más intenso:
no obstante naturales
el medio y el pasaje,
mayor es el agrado,
y mucho más ardiente
—el máximum rijoso—:
¡se come con más ganas!...
por ser prohibido el fruto.
martes, 10 de diciembre de 2024