Alek Hine

MUJER (poema en proceso) 2

Mujer:

 

Tu ardiente boca,

apasionado beso,

fruición de sexo oral;

¡un dúplice deleite!

 

Tu boca —roja fresa

por su mitad divisa,

cortada por su centro—,

a punto predispuesta,

en su caliente hálito

exhala el aromoso

efluvio de la menta,

su amatorio beso

conserva deleitosa

frescura excitativa,

con húmido sabor

a verde yerbabuena.

Enfrente de mis ojos

y solo para mí,

evocadora imagen,

tu boca llamativa

de labios encendidosENCENDIDOS

es símil y metáfora,

y entonces toma forma

de vulva complaciente:

En cálido preámbulo

de oralidad sexual,

humecta el duroMUELLE ápice

sensual de mi obelisco,

lo prueba con su lengua,

lo envuelve con sus labios,

lo roza con sus dientes...

y vuelve con su lengua,

y con deslizamiento

sutil y juguetón,

relame la hendidura

y el circundante borde

sensible de mi cárdena

y túmida bellota,

la cual interna luego

en su bocal recinto,

y con mayor entrega

succiona más profundo,

en muestra de su clara

devoración sin par,

y llega más adentro,

de modo que ese ápex,

mi cúspide viril,

se encuentra con la úvula.

 

Tus senos curvilíneos

—metáfora perfecta

del líquido alimento:

alible y dulce leche—,

en forma inevitable,

memoran el antaño:

mi tiempo de lactancia... 

 

Magníficas ofrendas

al dios de mi deseo, 

tu par de nudos pechos

de aréolas rosáceas,

y tonos de nogal,

coloración de nuez,

en los pezones regios,

de antojo palatino,

los cuales, por respuesta

al suave mordisqueo

y al roce de mi lengua

y a mi succión fogosa,

se yerguen como torres:

altivos minaretes,

elatos alminares

crecidos y salientes,

¡elevación erótica!

 

En beso pasional,

ardiente y prolongado,

tus miembros superiores,

un lazo vincular

que tiene por extremos

tus dos pequeñas manos,

las cuales, con sus dedos

por nudo corredizo,

se mueven, cariciosas,

detrás de mi cabeza,

tocando mi cerviz,

atándose a mi cuello.

 

Tus delicadas manos,

habilidad sensual,

caricia erotizante...

En búsqueda del clímax,

tus sabedores dedos,

primero como plumas

y luego como pinzas,

aprietan ambos puntos

de la región torácica,

en el lugar preciso

y de manera justa,

y llevan hasta el culmen,

sacando de mi entraña

la tórrida semilla

¡cual magma incandescente

en erupción volcánica!

 

Tus rozagantes piernas

motivan mi libido,

la cual, en escalada,

de aquesas pantorrillas

de lúcidos molledos

asciende a tus hinojos

y a tus sensibles corvas,

y luego, poco a poco,

remonta la pendiente

de tus lozanos muslos,

¡en busca de esas cumbres

etéreas y fogosas!: 

tu complaciente sexo

y tu vital orgasmo,

dos fuerzas que en el coito

(en posición supina

tu cuerpo frente al mío)

convierten a tus piernas

en recias ataduras:

con el favor calcáneo,

aplican los talones,

¡se agarran a mis glúteos

y ciñen más el vínculo

en la culminación!

 

Tus primorosos muslos,

por la naturaleza

tallados en un torno,

presentan suavidad

cutánea como seda

e incitan la caricia

ansiosa de mi mano,

llevándola en ascenso,

a los marcados pliegues

de tus rotundas posas

y a los notorios márgenes

de aquesos dos senderos

o ríos inguinarios

cercanos al vergel,

terreno cuyos árboles

ofrecen esas frutas

de gusto apetitoso.

(Es tan gratificante

la interna sutileza 

sedeña de tus muslos

—abiertos como alas

de bella mariposa—

durante mi vaivén

encima de tu cuerpo.

 

Tu pubes —mons veneris

con su jardín cuidado—,

ventral deslizadero;

el cálido declivio 

que lleva justamente 

al sitio más edénico. 

Tu vulva enrojecida: 

los labios interiores

y el clítoris rectráctil

de tonos encendidos

integran la incendaja

segura de mi fuego;

y tu rusiente y húmedo

vestíbulo vulvar,

umbral maravilloso,

entrada lienta y tórrida 

al grande regocijo

que encierra en longo espacio

tu lúbrica vagina.

 

Plenarias, voluptuosas,

tus anchas formas glúteas

de Venus Calipigia

(la de las bellas nalgas);

excelso afrodisiaco,

estímulo venéreo;

convite al regodeo,

al goce más salaz

por ese paso angosto 

de la postrera senda:

acceso al cielo séptimo

del optativo gusto,

delectación suprema;  

su estrecha vía última

conduce al paraíso,

al huerto del edén

en esa tierra fértil:

jardín de las delicias,

lugar en que el placer

se vuelve más intenso:

no obstante naturales

el medio y el pasaje,

mayor es el agrado,

y mucho más ardiente

—el máximum rijoso—:

¡se come con más ganas!...

por ser prohibido el fruto.

 

 

 martes, 10 de diciembre de 2024