Ceniza tenía por capa, y la robó el canto de las calles,
perdió entonces, en un cruce de inviernos, la hoguera su débil simiente,
con nicotina por alas, un ángel de tierras que tiritan de sueño,
y que, sin calor en sus ríos, sólo tienen por sudor aguardiente.
Pero las lágrimas no escuecen menos, y las sombras de lo que algún día soñaron me acabarán matando si siguen mirándome con esos ojos tan tristes.