No es la tristeza oscura que se queda, sino el perfume añejo y entrañable. Es la mano del tiempo que nos queda en un recuerdo claro e imborrable.
Es un relámpago de luz que vuelve con la música exacta de una risa, la certeza que el alma aún disuelve el hoy en la calidez de una brisa.
No se duele de lo que ya se ha ido, sino que abraza lo que fue tan cierto: un hogar que en el pecho está prendido, un jardín que jamás queda desierto.
Trae la cara de un amigo ausente, el sabor de la mesa compartida, un mapa que nos dice, en el presente, de dónde viene y cuánto vale la vida.
Es el puente tendido hacia el pasado, que no nos frena, sino que nos mira, diciendo: \"Fui feliz, he estado amado\", y por ese saber el alma inspira.
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