Qué extraño me parece
que yo no me haya muerto antes de conocerte.
Yo, ese yo que yo era
y que me suponía desde siempre y por siempre
solo y gris, como aún me sospecho por dentro,
rancio y marchito, igual que me advierto por fuera,
y con un pie en la fosa de un peculiar exilio,
vi cómo me nacían,
nada más irrumpir en tus retinas,
renuevos en las manos y en los versos,
destellos en los lienzos cotidianos,
una canción feliz que pregonó tu nombre
en mi vieja guitarra enmudecida,
y un personaje precursor e insólito
en mi vetusto álbum de fotos agrisadas.
Qué extraño me parece
que de mí haya nacido, como nace la luz,
como nace un arroyo o una flor distraída,
esta ambición de ti, este fervor afable.
Se podría afirmar que casi desde siempre
germinaron en mí poemas, pinceladas,
ideas que plasmé en diversas blancuras…
Unas se refugiaron en rincones afónicos
y otras no renunciaron a revolotear
entre las nebulosas peculiares
de mi más que genuino desacierto.
Pero después de ti, o quizá junto a ti,
o acaso nada más asomarte a mi vida,
nació, como aparece la luz cada mañana,
como mana un arroyo,
como se despereza una flor distraída,
esta avidez tan mía de inventariarte
fulgores y lloviznas,
de elevarte a eminentes pedestales,
de ampararte de todos mis inviernos,
de reencontrarte apenas mis párpados se abren
y antes de revolverme contra la inexistencia.
© PABLO CABRERA, 13.10.2025