Yoleisy Saldana

El Tiempo Aprendió A Llorarte.

Recuerdo aquella llamada

con la voz entrecortada…

Fue una de esas mañanas

donde el sol amanece,

pero no calienta,

donde el suelo desaparece

bajo los pies

y la impotencia toma el alma.

 

La noche anterior me dormí

con un presentimiento extraño,

como si el corazón ya supiera

lo que la mente no entendía,

un presagio que dolía

sin palabras.

 

La noticia de tu adiós

fue un balde de agua fría

en pleno invierno,

una realidad temida,

pero jamás aceptada.

Mi corazón —de cristal—

se quebró contra la piedra

de lo irreversible.

 

Recé a Dios,

le supliqué que no te llevara,

y aun así,

no pude detener el destino.

Me rebelé en silencio,

preguntándome

cómo un alma tan hermosa como la tuya

podía partir

dejándome este duelo

que aún hoy me corta

como filo de cuchillo

sobre una herida que no cierra.

 

Perderte fue naufragar

sin dirección,

porque no solo fuiste mi sangre,

fuiste más allá de mí,

el refugio celestial

donde podía ser yo

sin máscaras ni juicios.

 

Cómo olvidar tus palabras,

tus consejos sabios,

tu amor hecho de gestos

porque las palabras

te quedaban pequeñas.

 

El tiempo pasa,

pero en mi subconsciente

resuena tu voz,

tu sonrisa serena,

la mirada que hablaba

en un idioma

solo mío.

 

Fuiste hogar,

camino,

principio,

legado,

y ese recuerdo vivo

que me enseñó

que el amor verdadero

también sabe ser eternidad.

 

A veces tomo el teléfono

esperando oírte,

como si el no tenerte

fuera solo un mal sueño

del que despertaré.

 

Pero no es así.

Los años siguen,

y aquellas golondrinas

que cantaban en mi ventana

callaron su canto,

como si ellas también supieran

que el día en que te fuiste,

también se fue una parte de mí.

 

Desde entonces,

mis mañanas tienen silencio,

y el tiempo,

igual que yo,

aprendió a llorarte.