Yo no preciso cura ni consuelo,
tan solo un modo de borrar la mente;
llevo un invierno dentro, persistente,
un gris que me consume hasta en el cielo.
Alguien me vio cansada, indiferente,
y yo fingí templanza en el desvelo;
no dije que mi rostro era un pañuelo
que oculta lo que llora lentamente.
A veces caigo —sin querer— al suelo,
me disfrazo de calma, de valiente,
y dejo que duela en silencio el duelo
de todo lo que callo eternamente.
Soy una sombra, un soplo, un breve anhelo,
un nombre que se pierde entre la gente.
Yasuara Melgara