Vancouver

Niebla de Domingo

 

Niebla de Domingo.

 

 

 

        El domingo llega, nos duerme o nos despierta, nos da balance de empresa, nos rompe en lo humano, nos relaja y nos castiga. El domingo nos frena, nos pausa, se vuelve amigo. Nos dice las cosas que no queremos escuchar a la cara. El domingo nos recuerda algunos nombres que en la semana habíamos olvidado, nos libera de mandatos, y la misa parroquial toma otra forma. En una hora del domingo, queramos o no, se peregrina para dentro, de mañana tarde o noche. Algunos absuelven pecados; otros rezan al altar de los eclipses por buena fortuna, unos pocos, los más valientes a mi entender, acarician un gato, se lavan la cara, y salen a atropellar el mundo como si fuera un día más, estos últimos tienen poderes especiales, y convierten los días de la semana en domingos, y así viven de domingo todo los días, con sensualidad cotidiana, con alegría y buena energía, ellos deben haber nacido un domingo claramente, pues llevan la energía dominguera tanto un lunes como un jueves; son personas especiales, quizás robots en este mundo.

 

 

        Yo particularmente los domingos no descanso, me atiborro de tareas, domésticas y laborales, el domingo lo paso en patas y en silencio evitando mirar por la ventana, salgo a la calle solo lo justo, voy rápido por los mandados, con una gorra  y agachando la cabeza por la calle, los domingos no son días difíciles, aunque si soy muy cuidadoso de no tropezar.

 

 

        Sobre todo porque los domingos escribo hasta el hartazgo, hasta que mis ideas ya no son creativas, hasta que mis dedos sobre el teclado empiezan a sudar, por miedo quizás, los domingos mi mente busca disparadores reales y no se dejan impulsar por la fuerza de las pasiones, sería un peligro de muerte entonces, porque al escribir los domingos, entre nubes y reflexiones, debo ser demasiado cuidadoso, para no tropezar con un nombre particular y entonces caer en un bucle de poesía infinita, que me podría encerrar tras los barras de un domingo eterno.