Mujeres y hombres,
con los ojos llenos
de recibos no pagados,
inician su comedia inversa.
Ya no hay compras,
ni hipotecas,
ni la tiranía del stock.
Solo la obligación feroz
de pretender ¡qué importa!.
Y el habla fluye,
es un río de óxido,
un simulacro.
Se dicen cosas que
ya se dijeron en otras 700 noches,
sobre la injusticia,
el jefe imbécil,
la promesa rota del verano.
El objetivo final es claro,
quirúrgico: ¡olvidar!.
Olvidar que mañana
el sol no se infle,
sino que vuelva a desinflarse,
y que ellos,
estos cuerpos
que beben y gesticulan,
solo son el intervalo
entre dos alarmas de reloj.
Un acto fugaz de cinismo
y espumosa redención.
Y yo sigo aquí,
mirando cómo la ciudad
les arrebata el pensamiento
a cambio de esta luz artificial,
amarilla,
que lo mancha todo.
¿Quién es más cínico:
el que olvida,
o el que lo observa
y lo escribe?