Una clara tarde,
a una egipcia con piel de bronce,
un verso sutil la dejé,
y tal que Moisés a mi río la invité...
En la fase oferente,
cerca del Nilo un ardor la generé,
¡ay, quién la viere!
meciéndose al soplo de mi aire...
Y con el potingue,
de su bífida lengua punzante,
sé muy bien qué,
consumió mi ósculo candente...
Mi río ya quemante,
se contaminó por su veneno ingente,
y tras el baño ardiente,
vi como se iba silbando la serpiente...