LeoBau

Ello.

El reflejo no ha dado tísico retrato 
ni el espejo ha manchado en vano meridiano; 
el poniente cristaliza transparente mis manos, 
mis ojos observan su rastro de sangre; 
mis órganos raspan la salida por mi vientre. 

Observa, observa... que la luz es diáfana certeza, 
que las moscas no corroen por las sendas; 
ni la grotesca sombra,  
ni la nitidez su brillo. 
 
No soy gran emperador, la calavera; 
no soy corazón, como tampoco amor, 
nunca piel, brazos, venas y pérfida memoria; 
ni solitario, ni intento de poeta; 
tal vez tampoco mi padre o mi amada madre; 
nunca oro; tiempo; recuerdo;  
nunca palabras, nunca hombre. 

¿Y quién ha parido vasta menudencia? 
¿Acaso es que mi cuerpo sintetiza naderías? 
Y aun repito: ¡Mi ser ignorante e insignificante!  
Y es que soy cuerpo de razones, cuerpo de estrellas; 
 
universo mismo en mis entrañas,  
soles de mis lunas, verano de mis inviernos, 
soy mundo y el mundo destellos de mi vida, 
porque sin este yo me convertiría  
en el espejo que entreteje horizontes, 
en los reflejos que culminan, al inicio, 
desde la muerte. 

Pues aquel ello soy todo yo.