Un riachuelo de aguas claras
discursa por el sendero,
cubierto de calas blancas,
como nieve en enero.
Los helechos lo miran avanzar,
sus hojas le hacen cosquillas,
y él ríe, ligero y sincero,
mientras los pájaros se bañan
entonando melodías celestes.
Despierta el día,
y la vida respira.
La corriente sigue,
mueve la tierra,
rompe la piedra;
en sus rápidos se disuelven
las penas del mundo.
Es un latido del tiempo,
que todo arrastra y todo entrega.
Siempre en movimiento,
siempre hacia adelante,
el río crece en sabiduría.
En su vientre, la vida reposa,
y su canto es oración.
Finalmente, sus aguas serenas
se abren al horizonte,
y en un beso eterno
se funden con el mar,
retornando al origen,
al corazón de la eternidad.
Rubén Romero Toledo © 2025 todos los derechos reservados