liocardo

LAS SAETAS DE CHRONOS II (relato)

 

 

\"Hablaban en confianza. La pareja de la mesa ya se había ido dejando aquél allí la botella de plástico, en tanto que el señor de la barra, sin duda, estaba ausente.\"

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——¿Sabes cuál es mi palabra favorita, Claudio? —Éste se encontraba con la cabeza dentro del refrigerador ordenando su interior, desde donde emitió un rumor con que pretendía reconocer su desconocimiento a la vez que la certeza de que no tardaría en averiguarlo—: concupiscencia. Fíjate que contiene todas la vocales —prosiguió—, además de su melódica fonética. Con-cu-pis-cen-cia — repitió saboreando cada sílaba.

 

——Tenía que habérmela imaginado ­resolló el otro, cariacontecido y forzando un tinte sardónico, con gesto de frustración por no haber resuelto un acertijo demasiado evidente—. O sea, ésa o algún otro sinónimo aproximado.

 

——No lo comparto le contradijo—. Los sinónimos conllevan sutiles connotaciones intrínsecas; variaciones dentro de un abanico que se extiende en una gama de tonalidades significantes. La concupiscencia es el deleite que se experimenta en la observancia de los encantos naturales que se manifiestan en una obra de arte creada por la conjunción de las casualidades universales y que, desde mi perspectiva masculinista, su máximo exponente se encuentra en el ser humano femenino: la mujer el barman lo escuchaba atento, con una mano apoyada en la nevera adoptando una postura de reposo—. De hecho, si atendemos con minuciosidad, existe un sensible distanciamiento ante el que este término, en su etimología, se pervierte ¡Y los académicos le echan más leña en sus diccionarios plagiados de tabúes! se lamentó dolido—. La lascivia o la lujuria entran en el bando de los matices que parten del erotismo y se expande hacia el hedonismo más depravado. Maravillarse ante la sensualidad es un don del milagro de la vida. Ir más allá, sería propasar los principios del decoro y la gentileza.

 

Claudio quedó meditabundo por un momento, fijándose en él pensativo y esbozando una mueca de veras sarcástica.

 

 

——Lo que pasa, es que eres un tanto cabroncete ­reaccionó al fin­—. Sabes que desde hace casi un año no entro en el portal; es más, ni enciendo el ordenador; y te atreves a venir a mi presencia para perturbar la paz de mi espíritu. Por no usar vocablos malsonantes. Pero, ahorrándome locuacidad y sin ánimo de refutarte, yo resumiría toda esa perorata afirmando, sin prejuicios, que lo que vos sos es un jodido mujeriego.

 

Se sonrieron con cordialidad y simpatía, pero sus miradas enfrentadas centelleaban como afiladas katanas blandidas por diestros contrincantes.

 

——Ah, sos empleó la sorna. Te fuiste por la Patagonia, che. Cómo, nomás continuó imitando el acento latino—; ya sabés, loco: si la montaña no va a la fuente, Mahoma se rompe la crisma en el cántaro le guiñó un ojo—. Es vox populi. Sé dónde encontrarte aseveró con humor denotando coacción—. Y sí, el lugar se ha vuelto tremendamente tedioso. Aquello no es lo mismo sin tus antihéroes, tugurios, callejones… sabor a alcohol adulterado y olor a vómitos, con las desgarradoras notas de un blues fluyendo de un saxo aboyado y melancólico que planean sobre la urbe dormida.

 

——¡Precisamente, es eso! estalló—. Todos mis relatos son monocordios; por no decir incordios; predecibles. Tú mismo acabas de reducirlos a una única línea argumental con tres o cuatro sustantivos emotivamente ornamentados emitió una voz intraducible entre aes, ges, haches intercaladas y otros sonidos onomatopéyicos de alfabetos desconocidos a modo de hastío.

 

 

——No digas chorradas le replicó insistente—. Cada personaje, sus circunstancias y entorno… el desarrollo, el ambiente. Lo que he definido no son más que las sensaciones: la esencia de tu estilo. Y ni tan siquiera es tuyo, sino de la imaginación que te inspira. Los personajes son esos monstruitos que en cuanto toman conciencia adquieren ética y estética y se apropian de nuestra voluntad para contar sus historias. Por ejemplo, con mi ejército de individuos, diríase un caso de personalidad múltiple… y no te digo cuando se quieren disputar el turno de palabra: insufribles pausó hasta que le cayera la ficha—. Es como si dijeras que quienes seguimos tus aventuras ; y somos varios; no tenemos criterio. Que carecemos del sentido del gusto por la buena lectura. Para ser un autor que no se da protagonismo, tienes fieles lectores y seguidores que alaban tus publicaciones. No lo veo justo.

 

 

——¿Justo? Justa era mi armonía antes de tu presencia y que abrieras la boca. Y vale que no te puedo desenchufar, pero como me debo a mi trabajo me adelantaré a tus apetencias ¿sabes lo que me ibas a pedir? el otro negó despreocupado—. Un pepito especial de la casa.

 

 

 

 

(continuará)