Dichoso aquel que, lejos del bullicio,
cultiva con sus manos tierra pura,
donde halla, sin afán ni desventura,
del sosiego su plácido ejercicio;
no anhela del poder el artificio,
ni el oro que corrompe y desfigura;
en la simpleza encuentra la dulzura
que otros buscan en vano sacrificio.
Contemplo el manso arroyo cristalino
mientras pasta el rebaño en la pradera,
y siento que este es mi real destino:
vivir donde la paz es verdadera,
donde el tiempo transcurre sin dominio,
y el alma encuentra su verdad primera.