NeysbythValencia

Duele Respirar

Hay días en los que mi mente se oscurece y los pensamientos se vuelven un laberinto sin salida.

Pero dentro de ese mismo laberinto, algo pequeño aún respira: una metanoia, un cambio profundo del alma que me recuerda que no estoy hecha solo de dolor, sino también de posibilidad.

He caído muchas veces, pero mi espíritu se rehace en cada caída: eso es resiliencia, la flor que crece en medio del desierto, el pulso que insiste en seguir.

Intento cuidar mi mente con eunoia, esa bondad interior que me enseña a hablarme con ternura cuando el mundo dentro de mí grita con dureza.

Busco la eudaimonía, no como una felicidad constante, sino como una armonía entre mis luces y mis sombras, un equilibrio que me permite seguir caminando.

Y en mis momentos más silenciosos, cuando todo parece perdido, aparece el yĆ«gen: esa sensación de asombro ante la belleza que no puedo explicar el cielo al amanecer, el viento sobre mi piel, el simple hecho de existir todavía.

A veces el mundo se vuelve demasiado ruidoso, y mi mente me pide aislarme. El aislamiento no siempre es huida: a veces es mi forma de protegerme, de hacer una pausa para respirar cuando la ansiedad aprieta el pecho y el estrés parece no tener fin.

Hoy no me rindo.

Hoy me abrazo.

Porque incluso en mi tristeza, sigue latiendo la esperanza de volver a florecer.