Luis Barreda Morán

Almas Que Iluminan El Camino

Almas que iluminan el camino

Existen almas que son como un faro encendido en la costa,
iluminando con suavidad los rincones de tu propio ser,
mostrando caminos que nunca antes habías logrado observar,
con una luz que calma las dudas y nos ayuda a comprender,
guiando con paciencia cada paso que deseas volver a dar.

Otras son como chispas que encienden la esperanza cada día,
pequeños destellos que aparecen cuando la noche es más profunda,
recordándonos que siempre existe un nuevo amanecer,
una razón para seguir andando aunque la pena nos inunda,
y en el pecho guardamos una herida que no deja de doler.

Las encuentras en los momentos que parecen más sencillos,
compartiendo una palabra amable o un café en la mañana,
transformando lo cotidiano en algo maravilloso y especial,
tejen con hilos invisibles una unión dulce y cercana,
y demuestran que el cariño puede ser algo tan real.

Algunas son como un refugio cuando llega la tormenta,
un lugar seguro donde el corazón puede latir tranquilo,
donde las lágrimas pueden fluir sin necesidad de explicación,
y el dolor se hace más ligero, casi como un suspiro,
bajo el techo de su amistad que ahuyenta toda confusión.

Otras guardan tus secretos como si fueran un gran tesoro,
sellando con silencio fiel cada historia que les confías,
nunca traicionan la confianza que en su pecho depositaste,
protegiendo con sus manos todas tus alegrías y tus sombras,
demostrando que en este mundo la lealtad aún puede encontrarse.

Hay quienes, sin saber tu nombre, te ofrecen su escucha,
atentos a cada latido, cada triunfo y cada pena,
como si fueran viejos compañeros de mil batallas,
llenando de calma el alma que se siente tan serena,
y curando con su atención las heridas más antiguas.

Algunas se han marchado y habitan en el recuerdo,
pero su esencia perdura en cada elección que hacemos,
son voces que nos susurran cuando debemos decidir,
huellas imborrables que en nuestro ser llevamos,
y que con el paso de los años no logramos extinguir.

Otras son como un río que fluye con fuerza y decide,
empujándonos con cariño hacia nuevos horizontes,
nos retan a crecer, a soltar los viejos temores,
a construir sobre las ruinas canciones y no lamentos,
y a convertirnos en jardines llenos de sabores y colores.

Las hay pequeñas en estatura pero inmensas en cariño,
con abrazos que sanan y miradas que contienen el mundo,
son un puerto en la tempestad, un remanso de paz genuino,
un bálsamo silencioso, un lazo fuerte y profundo,
que nos ayuda a recordar nuestro valor y nuestro destino.

Podemos elegir ser un oasis para el sediento caminante,
ofrecer un poco de agua fresca para el que va cansado,
regalar una sonrisa que ilumine un rostro marchito,
ser un apoyo silencioso, un gesto desinteresado,
y hacer de este viaje un tramo menos complicado.

Porque en la vastedad del mundo y sus caminos inciertos,
lo único que perdura son los lazos que vamos creando,
las manos que sostenemos y los corazones que abrimos,
los gestos que nos unen, el amor que vamos sembrando,
y la certeza de que juntos un mañana mejor construimos.

Y al final del camino, cuando miremos hacia atrás sin reproche,
recordaremos esas luces que hicieron más clara la senda,
esas personas únicas que dieron sentido a la travesía,
y diremos con el corazón que valió la pena la espera,
por haber compartido con ellas el don de cada día.

—Luis Barreda/LAB