La lluvia y yo tenemos un pacto.
Ella cae cuando yo no puedo,
y yo lloro cuando a ella se le acaba el cielo.
No sé si está celosa de mí
porque sé llorar sin hacer ruido,
o si yo la envidio por tener permiso
de mojar el mundo sin que la llamen débil.
Los dos sabemos lo mismo:
que nadie entiende estas ganas de caer,
de vaciarse hasta quedar limpios,
aunque duela, aunque no sirva de nada.
La lluvia y yo somos lo mismo,
solo que ella se evapora,
y yo… me quedo.