A veces me convenzo
de que me falta mundo,
de que allá, más allá,
hay mucho más que este
puñado de cuadras comunes.
Que el sol no despunta
para dorar tu esquina,
que ni estas calles rotas,
ni estas casas antiguas,
giran en torno a tus pasos.
De vez en cuando aquí
se me acumulan oficios,
y entre verlos tan apilados
se va pegando la costumbre,
en casa las vigas se quejan,
crujen igual que mis dedos
como si también ellas
conocieran el abandono.
Algo cruel tiene la esperanza:
el no saber andar,
y el solo saber sentarse,
ella te contempla como una tarde,
sin entender que el sol es bueno
solo porque nos alumbra de lejos.
Yo aquí la llevo a cuestas,
sobre este despojo de mundo
que nos queda, la vida
no se cansa de empujarnos,
y no es tampoco,
que el camino nos sobre.
Guardo fiel el anhelo
que tal vez un día de estos
ella, no se olvide de mí
y mañana cuando este techo
se nos venga encima,
ojalá sepa, de algún modo
también, velar por mí.