No te rindas, no.
No he de rendirme, Señor,
aunque a veces me encuentre algo cansado
porque tarda en llegar la primavera
y la niebla me envuelve.
Mis manos me permiten agarrarme
a las cosas que tanto amo,
y palpar en la noche el universo
cuando no se ve nada
y tengo que orientarme,
a tientas, por las sombras.
No he de rendirme, Señor,
porque me sienta esclavo y prisionero;
aunque tenga grilletes en mis pies,
que quieran para siempre condenarme
a permanecer quieto;
yo soy de los que buscan indagar
por caminos novedosos
y abrir expectativas.
Siempre tengo un mañana por delante
con una nueva meta,
con nuevas ilusiones.
Me arrastra el corazón con sus impulsos
y me lleva a la esfera de lo abstracto
para advertirme solo
de que tengo manos, pies, dientes, mirada,
vida y sentimientos.
Estoy bien entrenado
en la constancia y quiero compartir
contigo esta manera de luchar;
contigo, que no te doblegas nunca;
contigo, que reclamas atención.
No he de rendirme, Señor,
y que nadie se rinda,
que nadie se rinda,
¡nadie!
¡NUNCA!