Dominaba los números,
donde las letras no tenían cabida:
habitaba el orden,
y las cifras me ofrecían respuestas.
Entonces llegaron tus letras,
tan suaves, tan ajenas;
invadieron mi fórmula
y añadieron variables
que mi mente no supo resolver.
Me enseñaste el idioma del caos,
donde las cifras pierden sentido
y las emociones
no obedecen a ningún signo.
Intenté despejarte,
buscar tu valor en mi ecuación,
pero eras incógnita y tormenta,
y la razón se rindió.
Lo odié,
porque desde entonces
ya no entiendo mis números
ni confío en las letras.
Y aunque comprendí el caos,
mi sistema sigue incompleto:
sin tu valor,
toda mi existencia
carece de solución.