En laberintos de tiempo y memoria,
se pierde el eco de un hombre de antaño,
cincelado en respeto y cortesía,
un caballero en un mundo extraño.
Cincuenta otoños marcan su semblante,
testigo de una época dorada,
donde el detalle era un arte constante
y la palabra, promesa sagrada.
Entendía el alma femenina,
sus sueños, anhelos y secretos,
como un jardín que el sol ilumina,
donde florecen afectos discretos.
Conocedor de historias y leyendas,
escribe poemas al amor, a la vida,
con gestos suaves y ofrendas tiernas,
un vaquero de pueblo, alma aguerrida.
Hoy, en el espejo de la vida,
ve reflejos de aquel ideal,
en cada arruga, una historia vivida,
legado de su padre y su mamá.