Para quien ha escuchado en la ruina el eco de un amor que la muerte no apaga. Para quien reconoce en el viento, en la luna funeraria, en el crujir de la madera, la presencia de un afecto que se niega a morir. Que estos versos sean la lápida que no borra, sino que eterniza el nombre de quien se ama desde las sombras, más allá del tiempo, allí donde solo los cuervos son testigos y las estrellas cantan su agonía.