Franjablanca

Tambores de guerra

Acordaron ser del otro de por vida

alejando de su jerga los prejuicios

y jugaron mano a mano la partida

de cambiar los equinoccios por solsticios.

 

La pasión era una apuesta consentida,

la saliva el alimento de sus vicios,

la rutina era una duda descosida

de sus pieles repartiendo beneficios.

 

En la aldaba de la puerta del ocaso

resonaban los tambores de una guerra

que se libra en la trinchera del fracaso

de los besos que se pudren bajo tierra.

 

Tras la noche ya no hubo otras mañanas

ni sus ojos los testigos de la aurora,

las perdices se quedaron con la ganas

y sus pasos se cruzaron a deshora.