Escribo con la sangre viuda del amor
y callo con mi lengua muerta ¡yo la maté!
No me hay boca, ni dientes,
no hay saliva, no hay gritos.
No hay labios, hay puños.
No hay besos, hay muertes.
Ya mi boca guarda sólo cenizas,
por caprichoso amar al fuego,
bello, tan bello, pero, ¡ay!, traicionero.
Crujen los rotos huesos.
Crujen y se pierde el nombre;
olvidan ojos, lágrimas.
¡Qué triste debe haber sido tal fin!
¡Qué llantos florecieron en tal partida!
Hay pena de no tener quejidos más,
pena de quitar la cara y poner la espalda.
Hay pena
¿por ti?