MIGUEL CARLOS VILLAR

Duelo al alba

 

 

Duelo al alba

 

La niebla se alza,
silenciosa y terca,
como un suspiro que se niega a morir.

El sol,
punzante y seguro,
cumple con su cometido.
Sus rayos, como espadas de oro,
rasgan el tul matutino
y lo disuelven en jirones de luz.

Las gotas de rocío,
huérfanas ya del abrazo gris,
se visten de prisma;
sus arcoíris
cantan un instante de eternidad.

La campiña,
arruinada por un verano devorador de colores,
recibe ese milagro de luz
como quien escucha un perdón.

Y allí, el madrugador poeta,
en el borde de la claridad recién nacida,
incapaz de retener tanta belleza en sus pupilas,
cierra los ojos
y sueña su más perfecta poesía.

Pero...
los sueños, sueños son.