Austin Mora

“El Silencio de las Máquinas” (Monólogo de Austin desde su cotidianidad)

Hay algo profundamente triste en el sonido del mundo.
No es el ruido de las calles, ni el zumbido de las fábricas:
es el murmullo de los hombres que ya no se pertenecen.

Cada día veo rostros que parecen hechos de cansancio, manos que ya no tocan, solo repiten;
miradas que han olvidado que alguna vez fueron sueños.

Nos enseñaron a servir al sistema como si fuera un dios.
Un dios que no ama, pero paga.
Un dios que exige productividad en lugar de misericordia, y que bendice a quienes producen más, aunque vivan menos.

Y así, sin notarlo, dejamos de ser personas.
Nos convertimos en engranajes,
piezas que giran en nombre de un sentido que nadie recuerda.

He visto cómo la compasión se vuelve un estorbo, cómo la empatía se interpreta como debilidad, cómo la prisa se confunde con propósito.

Y lo que más duele no es la explotación del cuerpo, sino la amputación del alma:
esa cirugía invisible que nos deja funcionales, pero vacíos.

A veces pienso que Dios ya no nos habla porque no sabríamos escucharlo.
Porque su voz sería demasiado lenta para este ruido, demasiado humana para nuestras rutinas.

El verdadero milagro hoy no es caminar sobre el agua, sino detenerse un instante y recordar que se está vivo.

Quizá eso sea lo único que nos salve:
reconocer que el alma no obedece relojes, que el hombre no fue hecho para girar, sino para mirar el cielo, y que mientras exista uno solo que se atreva a sentir  aunque el mundo le llame débil habrá todavía una grieta por donde entre la luz.

El resto, los que solo producen,
los que olvidaron llorar, seguirán funcionando con precisión de maquinaria.

Pero ya no estarán vivos.

Serán solo ruido en el silencio de las máquinas